Son las 2 de la tarde de un lunes cualquiera, me encuentro frente a la puerta de la escuela 105, como hace tantos años. No es cualquier escuela, es la que fueron mis cuatro hijos hace años. Ciento de veces, quizás miles, estuve frente a esa puerta, los despedí con un beso o los recibí horas después. Pero hoy no es eso lo que me trajo a esta puerta. Hoy vengo a leer cuentos a otros chicos.
¿Por qué? Porque soy de esa generación que creció con historias contenidas en libros. Recorrí el Bosque de Sherwood con Robin Hood, tomé el té en El país de las Maravillas, di la vuelta al mundo en 80 días, Phileas Fogg y Passpartout. Cientos de horas de mi infancia las viví entre libros, viajé, lloré, reí, viví fantásticas aventuras sin salir de mi habitación. Pero hoy estoy enfrente de niños del siglo XXI, niños de pantallas de sonidos o imágenes vertiginosas. Niños de YouTube, Tik-Tok, llenos de colores y movimientos.
¿Tendrá valor lo que voy a hacer? En mis manos hay un libro, un objeto que casi no ha cambiado en siglos, algo que es casi igual a los que leyó mi abuela a principios del siglo pasado y su abuela en el siglo XIX.
Voy a leer un cuento de un libro, no tengo nada más que ese objeto y mi voz. No hay luces, colores, movimiento e imágenes.
Me presento, y comienza la lectura. Los miro y veo sus ojos, sus caras, siguen la historia. De pronto, generan sus propias imágenes y el perro que imaginaba Matilda, seguro que no es igual al de Felipe o Valentino.
Cada uno ve su cuento, imagina la escena de los 5 perros que se pasean solos, cada plaza es diferente, cada uno ve lo que su imaginación le muestra.
El cuento llega a su fin, surgen preguntas y comentarios. Que, si es verdad, que como nadie se dio cuenta de que pulgoso no era un paseador.
La historia de Ricardo Mariño es analizada por un grupo de niños de 1er grado, sin necesidad de preguntas adultas, solo por su interés.
Me despido y salgo del aula. Pienso en que acabo de actualizar un ritual humano, que nos lleva a cavernas, a rodas alrededor de grandes fuegos, a cocinas, dormitorios, patio.
“Contame un Cuento”, palabras mágicas que nos hicieron viajar, bailar, conocer magos, princesas, brujas, dragones.
¿Las historias son parte del ser humano? ¿Somos humanos porque imaginamos? ¿De dónde nace esa fascinación por escuchar a otro relatar?
Muchas preguntas, pero no tengo respuesta. No lo sé. Y dejo las respuestas para otros, yo solo soy una abuela que lee cuentos en Comodoro Rivadavia.
Monica Karaman
Stella Maris Augustaci
Abuelas Leecuentos