Rattín y la alfombra de Isabel II

Rattín y la alfombra de Isabel II

Muchas veces el relato es mucho más interesante que la realidad. Había una frase que se le atribuía a “Chiche” Gelblung que decía más o menos: “Nunca dejes que la verdad te arruine una buena historia”. Más allá del cinismo que tiene esa sentencia, y mucho más si hablamos de periodismo, hay veces que los planetas se alinean y la épica de una buena narración puede tener sus atractivos. Esto último fue lo que ocurrió hace ya 56 años en aquel partido entre Inglaterra y Argentina por los cuartos de final del Mundial.

Para poner en contexto: resulta que Rattín fue expulsado en ese partido cuando se jugaba media hora de primer tiempo y a partir de ahí la construcción de, según narra mi amigo Alejandro Caravario en la Revista Un Caño sobre este mismo hecho, “una dimensión onírica con sustento patriótico que el propio futbolista se encargó de difundir”.

Lo que pasó fue que Rattín había pegado por lo menos cuatro patadas para ser expulsado y había hablado todo el partido sin parar, hasta que el juez alemán, Rudolf Kreitlein, se hinchó los huevos y lo echó. De ahí en más se sucedieron 10 o 15 minutos de debate, en los que Argentina pidió un traductor para explicarle no entendemos bien qué al juez; los empujones tradicionales entre los jugadores, el ingreso de la policía y la salida de Rattín por el lado opuesto de la cancha.

En el camino, Rattín estrujó un banderín inglés que estaba en la parte superior de unos de los banderines del tiro de esquina, pero fue un gesto al pasar. Nada de rebelión a la Corona Británica ni mucho menos. Eso fue todo, amigos.

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Pero resulta que cuando el equipo llegó a Buenos Aires jugando el papel de víctima de una conspiración para sacarlo del torneo, Rattín le contó a Ernesto Cherquis Bialo de El Gráfico que, antes de salir, se había sentado en la alfombra de la reina Isabel II a modo de protesta, lo que había enfurecido a los hinchas ingleses que comenzaron a tirarle latas de cerveza y a gritar “animals”.

Nada de eso pasó. Ni Rattín se sentó en la alfombra ni los espectadores ingleses gritaron “animals”. El que sí se refirió a los jugadores argentinos como animales (“jugaron como animales”, fue la expresión precisa) fue el entrenador Alf Ramsey, quien lo dijo en la conferencia de prensa. Los diarios ingleses, al día siguiente, reflejaron esa frase y de ahí nació la historia.

Lo que Rattín y el periodismo de aquellos años quiso construir en tiempos de vacas flacas de éxitos deportivos fue la moral de la derrota, es decir ese asunto de perder con la frente alta y con una conducta honorable. Insistimos: nada de eso pasó. Argentina jugó a lo que pudo y se fue del torneo con una derrota más que justa habida cuenta de la producción de ambos equipos. Sin embargo, en la memoria popular quedó instalada la idea de una derrota producto de la injusticia y, más aún, del complot.

Si se ve el partido completo o casi completo (buceando en YouTube lo puede encontrar) se podrá comprobar que Kreitlein era un árbitro torpe y de casi nula personalidad para dirigir un partido semejante. El resto fue una construcción mediática, casi un preámbulo de la post verdad que se instaló en el periodismo casi cuatro décadas después.

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Rattín fue un jugador de fútbol que supo convertir un comportamiento poco honorable y una actuación violenta en el hecho más significativo de su larguísima carrera, toda ella con la camiseta de Boca y de la Selección.

Es curioso, pero la principal contribución de Rattín a la memoria colectiva fue una expulsión que él supo transformar en honrosa. No se lo recuerda al Rata como a un irresponsable que se hizo expulsar en un partido decisivo por los cuartos de final de un Mundial, sino como al hombre que defendió a la Argentina contra la prepotencia del Imperio.

Aquellos eran tiempos en los que los argentinos no nos sentíamos campeones del mundo antes del comienzo de cada Mundial. Veníamos del desastre de Suecia en 1958 y de una actuación gris en Chile 1962. No éramos tan arrogantes como ahora. Por el contrario. Necesitábamos encontrar en algún lugar una razón para defender una dignidad y grandeza deportiva que nunca terminaba de despegar.

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