Se fue el gran Carlitos Balá

Escribe Aníbal Barengo

En la primavera democrática de ambos lados del Atlántico nos gustaba repetir una frase de la película fundacional “Solos en la madrugada” que decía “¡Somos maravillosamente huérfanos!” Celebrando que todo estaba por hacerse y había que romper moldes y estereotipos, apelando a la metáfora freudiana de “matar al padre” para afirmar el ser. Casi cuatro décadas después y gracias al sacrificio de tantos padres que ya no están, la democracia está tan consolidada que algunos incautos pretenden subestimarla, cosa que jamás haremos los que trabajamos duro para reconquistarla, creyendo en la justicia y bregando por ella contra todo lo evidente.
Los que nos identificábamos con el bando de la vida teníamos claro que pretendíamos derrotar a la muerte, pero la muerte nos pegaba una bofetada cada día para hacernos saber que la lucha era bastante desigual.
No por desigual íbamos a abandonar la lucha, ya que también aprendimos con el tozudo de Shimon Peres que “algún día nos iba a tocar a nosotros”, que era un modo de festejar anticipadamente que “algún día iba a salir un tiro para el lado de la justicia”.
Cuando acompañamos el cortejo de Raúl Alfonsín desde el Congreso hasta la Recoleta algunos sentíamos que estábamos enterrando una vez más al padre ausente, ese padre ferroviario que nos había dejado huérfanos tan chicos que no entendíamos bien de qué iba la muerte.
Entonces la muerte volvía una y otra vez para explicarnos con dolor y ausencia de qué iba la cosa.
Y en ese tránsito por la vida había personajes que nos acompañaron con alegría por más oscura que fuera la noche. Con una tele en blanco y negro hubo toda una generación que creció con Pepe Biondi, Martín Karadagián y por supuesto, con Carlitos Balá. Ese Balá al que creíamos eterno hasta que una locutora de radio sin sentimientos nos transmitió la noticia como quien dice la temperatura actual. Imperdonable.
Hace pocos días en una clínica de San Martín, justo el día del maestro falleció otro funebrero ilustre, Érico Pfeffer, el alemán de Villa Ballester.
Tengo un amigo que ha formulado una hipótesis de dudoso sustento científico que sostiene que “la Reina abrió un portal” y se está yendo mucha gente valiosa. Nosotros somos todos serios y no creemos en estas cosas, pero pasó muy poco tiempo entre las muertes de Magdalena, Acavallo, el alemán de Ballester y Carlitos Balá. Más allá de la alcurnia, la muerte no reconoce jerarquías sociales. No creo en casualidades pero el fallecimiento tan cercano en el tiempo de dos hinchas de Chacarita nos debe llamar la atención.
Se nos fue el vendedor ambulante de la línea 39, ese del flequillo que todas nuestras madres nos querían replicar en la peluquería infantil de barrio aunque tanto el peluquero como nosotros sabíamos que no nos quedaba bien.
Se fue el cliente más destacado de la pizzería Imperio de Federico Lacroze y Corrientes, allí donde Carlitos paraba con Sierra, Ernesto Duchini y mi viejo estiraban el café en mañanas eternas, antes y durante la fama. El mismo 39 para la venta ambulante que con rutina de humor incluída lo llevó para siempre al canal del barrio de Constitución, donde ganó el corazón de todos los niños de la Argentina para siempre y nos hizo creer que a pura alegría la muerte no nos iba a ganar esta vez.
¿Cómo vamos a hacer ahora para saber qué gusto tiene la sal o quién nos va a enseñar lo que es un gestito de idea? Si vivimos en un país soso y sin ideas en el que se nos está muriendo la alegría.
Manifiesto mi contrariedad ante tanta muerte y declaro que ya no queremos ser nunca más maravillosamente huérfanos.
Brindo por la vida del alemán de Ballester y saludo con tristeza inusitada la partida de Carlitos Balá. Dos funebreros en el cielo que desde arriba nos van a seguir despertando sonrisas. ¿Quién puede negarse a admitir semejante verdad?
Creo que a Balá le podemos perdonar incluso las películas que hizo junto a Palito Ortega, redimido por Canuto Cañete. Saludamos a Petronilo, dejamos nuestros sinceros respetos a los que dejaron el chupete en el chupetómetro y solo los argentinos de bien sabremos el significado de un bien pronunciado SUMBUDRULE y de un EAEAEAEAEAEAEAEAEAPEPÉ.
Seguiremos empedernidos esperando la música que diga “Aquí llegó Balá, Balá, Balá, el show va a comenzar…”
Porque si algo hemos aprendido, aunque escribamos una y otra vez que nunca más volvamos a estar completos, de Alfonsín, Balá y el alemán de Ballester, es que la vida es ardua, vale la pena y el show debe continuar.
Vale la pena seguir bregando por la vida.
Si después de todo somos la vida.
Chau Carlitos, gracias por la alegría, te vamos a extrañar
sasasasasasasasasasasasasasasasasasa…..